sábado, marzo 10, 2018

la fiebre

Estaba tan tranquilo en el sofá del cuarto de estar, luchando con el sueño mientras intentaba leer una novela de Millás cuando un fuerte viento se levantó sacudiendo los cuarterones de las ventanas. Me espabilé al punto, porque el aire me da mucho respeto y vi a través de la ventana que el cielo se había puesto negro, de ese negro amenazador que encierra toda la lluvia del mundo en sus entrañas. Pensé que tendría que levantarme para sujetar las contraventanas y, no sé como, recordé que el tendedero del patio estaba lleno de ropa limpia y seguro que ya seca. Sacudí la pereza, levanté el culo del sillón y salí al patio con idea de recoger la colada. De pronto, una ráfaga de viento, hizo que una sábana me azotase la cara y, con ello, me llegó el aroma a ropa limpia. Como  si se tratase de la magdalena de Proust, no sé bien por que asociación de ideas, ese olor despertó en mi el recuerdo de cuando era niño y tenía fiebre.






Uno de esos días de invierno que te despertabas escalofriado y tu madre se daba cuenta de que no era una disculpa para no ir al instituto. " Otra vez el niño está con anginas " oías que le decía con voz preocupada a la abuela María que siempre andaba rondando por casa, más niña para entonces de lo que éramos nosotros.   Pequeña y redonda como una manzanita, siempre vestida con un amplio mandilón gris o negro, con un cutis que parecía de piel de bebé, unos ojos azules limpios como el cielo de verano y su pequeño moño coronado un pelo blanco." Ahora mismo le preparo una cataplasma " decía ella y oías el ruido siseante de sus pies arrastrando las pantuflas por el pasillo. Al poco reaparecía triunfante, te abría la chaqueta de pijama y te plantaba encima del pecho una cataplasma hirviente  que había preparado en una sartén en la cocina con harinas de mostaza y de linaza y que curar las anginas no las curaba, abrasándote la piel. Pero la fiebre seguía subiendo a pesar del " Piramidón ".







No quedaba más remedio que recurrir a la bañera. A pesar de tus protestas te llevaban entre las dos al cuarto de baño, te quitaban el pijama y te quedabas temblando como un pajarito desplumado hasta que la bañera estaba preparada. El agua caliente te envolvía, una sensación de bienestar borraba el malestar de la piel sudorosa y te sentías en la gloria.
Fuera ya del agua, tu madre te frotaba con una toalla enorme que te envolvía como un capullo y secaba hasta el último recoveco de tu cuerpo. Un último masaje en el pecho con agua de colonia, el pijama limpio y la consabida pelea con el peine para amansar tu pelo alborotado...ay, de cuando tenías pelo rubio como el trigo.



Y vuelta a la cama con sábanas limpias que desprendían ese olor que he recordado hoy ante el tendedero de la ropa. Te acostabas sintiendo el frío de la ropa limpia y poco a poco ibas explorando con los pies una zona fría y, cuando la calentabas, los alargabas un poco más tanteando otra zona fría situada en la periferia de la cama para irla calentando. El aroma que despedía el cuerpo de tu madre inclinado sobre ti para arroparte bien, como una nube protectora que te cubriese, sus manos arremetiendo las sábanas, una caricia suave en la mejilla, un beso en la frente y tu te quedabas dormido como si hubieses entrado en el cielo.

No hay comentarios: