sábado, noviembre 11, 2017

Cuento de el finado don Eulogio, el alguacil Pedrolo y la Viagra


La casona de la calle Real hace varios días que no abre sus ventanas. Las vecinas que pasan por delante camino de la tienda de la Chelito para comprar el pan y enterarse de los últimos chismorreos del pueblo, miran con mezcla de recelo y de curiosidad hacia los cuarterones  de la fachada, cerrados a cal y canto, a pesar de que todas ellas saben que don Eulogio debe estar dentro de casa, pues el viejo Citroen " pato " negro está aparcado, con su aire de pachón espatarrado en la plazuela vecina, esperando a que su dueño monte en él para alguna de sus correrías por los pueblos serranos o para irse de farra a Madrid.





La Eulalia se ha parado a charlar con una de las veraneantas de Bilbao a pocos pasos del portalón,  y mientras le explica a la Edurne como tiene que hacer las pelotas para el " relleno " del cocido , tal como se han venido haciendo en el pueblo toda la vida, con el rabillo del ojo no pierde detalle del portalón cerrado.
" Mira hija, le explica por tercera vez, desmigamos el pan duro en un tazón hondo, añadimos tres huevos batidos, la picada de tocino y chorizo fritos, sal, ajo y perejil majados. Lo mezclamos todo bien y formamos una pelota gorda que freímos en una sartén con aceite no muy caliente, procurando que se dore por todos lados y se añade al puchero para que hierva un rato y se ablande......".
Se ha parado la Paulina, para pegar la hebra con ellas y pronto se unen al grupo el Donato, su marido  y el Emeterio que van recorriendo la calle a paso de caracol , arrastrando las pantuflas contra los gastados adoquines. Pronto hablan de lo único que importa, de donde estará el señorito y de que esto han de saberlo las autoridades.




Así que en comitiva van todos hasta la tasca de la plaza del ayuntamiento, donde el señor juez de Paz asienta sus reales sobre un taburete con el porrón de clarete a mano y la cachava entre los muslos. Le explican atropelladamente la situación y la autoridad dice que esto hay que ponerlo en conocimiento de los " civiles ", pues el alcalde no sirve ni para tacos de escopeta.
Llega una pareja del cuartelillo cercano, les acompaña Valentín el herrero y ante la presencia del juez, con todo el coro de vecinos expectante detrás, se abre la gastada cerradura y penetran las autoridades en la casa, deteniendo al resto de la comitiva ante la puerta de la casa.
En la planta baja no ven nada, la cocina está apagada y fría, la casa está a oscuras. Suben la escalera y al fondo ven luz que sale de una puerta entreabierta. Se dirigen todos en tropel y no se sabe bien quien da el grito al ver a don Eulogio derrumabado sobre un sillón de orejas. El segundo grito lo dan cuando se fijan en como está vestido don Eulogio. O más bien, desvestido. Una braguita de pedrería, un collar de perlas y una boa de plumas enroscada al cuello son todo el vestuario del viejo señor.
El juez de paz arranca de un tirón el tapete de la camilla, mandando al carajo el cenicero lleno de colillas y la copa de coñac medio vacía y tapa al cadáver.





La noticia corre como reguero de pólvora por el pueblo y pronto aparecen las comadres a amortajar al difunto. Se monta el velorio en la alcoba del señorito entre velas y flores y como no tiene familia que se sepa, el alcalde preside el velatorio. Suenan campanas a difuntos. Don Eulogio, bien acomodado en el féretro recorre la calle Real camino de la parroquia, mientras alguno de los que lo ven pasar piensa " este, hasta el fin, va a lomos del pueblo ".
Misa con siete curas, responsos que no se acaban mientras van cayendo monedas en el cepillo , agua bendita a chorro hasta que al final dejan a don Eulogio reposando en el viejo panteón familiar.
Al día siguiente, como no hay herederos que se conozcan, aunque hijos ha dejado sembrados por el valle, las autoridades inspeccionan la casa para hacer inventario, porque parece ser que tampoco dictó testamento. El cura párroco, el señor alcalde, el juez de paz y el alguacil forman el equipo que va a investigar, dejando en la calle a la alcaldesa mohína porque ella también se creía autoridad. En principio piensan en repartirse una zona de la casa cada uno pero, ante la desconfianza de que alguno pueda encontrar algún tesoro oculto, deciden hacer el registro en grupo. Abren armarios, sacuden cortinas, miran bajo las camas, rebuscan en todos los cajones pero no hay nada que llame la atención.






De pronto el alguacil se fija que tras el tapiz que cuelga a la cabecera de la cama hay un espacio hueco. Mientras los demás miran, Pedro el alguacil mueve la pesada cama de nogal, aparta las mesillas y levanta el tapiz  que oculta una pequeña alcoba. Ropa de mujer perfectamente colgada es lo primero que ven. Trajes de fiesta, mucha pedrería, un abrigo de piel, zapatos de mujer bien alineados y anormalmente grandes colocados bajo los vestidos..... " Pero todo esto de quien es, exclama el cura, si don  Eulogio no se había casado "....." que poco mundo tienes,  le responde
el alcalde, no ves la tele ? "....En un rincón el alguacil se fija que hay muchas cajas de medicamento. Les da un vistazo y, aprovechando el revuelo, se las echa el bolso sin que se fijen los demás.
Acaban el registro, echan la llave a la puerta y cada uno se va a su casa, mientras les sigue un reguero de comentarios de los curiosos que esperaban ávidos de alguna novedad.
Cuando Pedrolo el alguacil llega a casa, le reciben como cada día los ladridos gozosos de su perro. Al abrir la puerta del patio, este entra en tromba y casi lo tira al suelo. Más que perro y amo, son dos verdaderos camaradas que no pueden vivir uno sin el otro, uno grande como una torre y el otro vivaz como rabo de lagartija. Cuando logra apaciguarle, entra en el baño para quitarse la ropa de trabajo y darse una ducha.





Al recoger la ropa sucia del suelo, se da cuenta de que tiene algo en los bolsillos. Con asombro, al sacar las cajas, se da cuenta de que son cuatro cajas de " Viagra 100 " de ocho pastillas cada una. " Joder, dice en voz alta, con esto se le levanta hasta a un elefante. Que jodido era son Eulogio, como se las gastaba el muy putero" y el perro, que seguro que le ha entendido, parece poner una mueca de sorna . Deja las cajas a un lado y prepara la cena para los dos. El perro, muy atento, se pone a su lado esperando su parte y seguro que si le diese cuchillo y tenedor los sabría usar correctamente. Porque como decía su madre " al perro si llegásemos a darle estudios...". 
Una vez en la cama Pedrolo comienza a darle vueltas a la cabeza pensando en que hacer con las pastillas. Dárselas al alcalde, ni pensar, porque es capaz de usarlas todas. Al cura, mucho menos, porque le da vergüenza. Al boticario ?, no, ese es un meapilas. Llevarlas al cuartelillo y entregarlas a los civiles, tampoco, no sea que lo acusen de de algo... Pero al final piensa que lo mejor es no decir nada porque, como decía la difunta Candelas, " calladito está más guapo  " y así, poco a poco, los dos comienzan a resoplar, metido cada uno en su mundo de sueños.







Y vuelta a la rutina. Sale de casa apenas amanecido y se cruza con los mismos vecinos de cada día, la gran mayoría achacosos y renqueantes que saludan con una sonrisa desganada colgándole de los labios. Sube la cuesta hasta el depósito de agua para comprobar el nivel de cloro y allí le viene una idea. " ¿ que pasará si echo las pastillas en el agua ?. Solo de pensarlo se parte de risa y a medidas que le da vueltas en la cabeza le apetece más ponerlo en práctica.
Así que el próximo día, se echa una caja de pastillas al bolsillo y sube la cuesta en un verbo, hoy se le hace ligera la cuesta llegar hasta el depósito. Una vez allí, coge una piedra, machaca bien todas las pastillas y las echa, sin dejar grano fuera, en el agua que van a beber los vecinos. El resto de la jornada la pasa expectante, esperando a ver si ha servido de algo. Por lo de pronto ha tenido la precaución de comprar garrafas de agua en la tienda, por si las moscas. El anda sobrado de energía y no le faltaba mas que una ayuda...
A la mañana siguiente parece que las cosas hayan cambiado en el pueblo. Se cruza con las mismas personas de cada día, pero ahora parece que van con más brío y que la sonrisa se ha avivado en sus rostros. Así que machaca las pastillas de la segunda caja y las deja caer en el depósito.
A lo largo del día Pedrolo comprueba que las cosas han cambiado. Los hombres andan más erguidos y no arrastran los pies al caminar, las mujeres parecen más vivarachas y sueltan risitas a la mínima oportunidad y al pasar delante del teleclub le llega a través de las ventanas abiertas un bullicio inusual, cuando antes lo más que se oía era el golpeteo de las fichas de dominó contra las mesas de mármol.






En los días siguientes echa las pastillas restantes en el depósito de agua. Una tarde se encuentra con el médico del pueblo cuando sale de la consulta y se paran a charlar, como hacen tantas veces. Después de las quejas habituales, que si internet no va, que si cada día hay más trabajo y menos personal el médico le dice bajando la voz que estos días la consulta es muy rara, que están pasando cosas que se le escapan de las manos. Los hombres vienen a por vitaminas que les den fuerza  y las mujeres se quejan de picores en sus partes. Lo más raro de todo es que varios le han pedido que los derive al sexólogo y, lo que es peor, ha remitido a dos al hospital por amagos de angina de pecho. Además el Atunhato le ha preguntado muy angustiado " si hacer el sexo sube la tensión ". Pedrolo le escucha con aire serio mientras se aguanta la risa que le bulle por dentro y se despide del médico.
Pedrolo siempre ha sido el alma del pueblo y ahora no para de pensar en lo que sucederá cuando se diluya el efecto de las pastillas en el agua. Vuelta a la tristeza y al decaimiento. Pero como es persona de recursos busca información en internet y piensa que no es muy caro alegrar al pueblo, por menos de 300 euros tiene pastillas para cinco o seis meses...
Las campanas de la iglesia suenan lentamente, es el toque de difuntos. Pedrolo se cruza con la Remedios que, muerta de risa le cuenta que el Felipón ha estirado la pata en pleno uso del sacrosanto sacramento. Al menos murió feliz.


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